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El depósito de los heroísmos y los ideales

RODRIGO ALONSO

 

Aunque no siempre sea del todo evidente, la política no es sólo un universo de ideas, sino también, un catálogo de formas más o menos ostentosas. Los gestos de una declamación, la coreografía de un desfile,

el protocolo de los actos públicos, el desborde de las manifestaciones, las estatuas instaladas en los espacios comunes, contribuyen a la espectacularidad que asegura su diseminación ágil y efectiva ¿Pero qué sucede con estas formas cuando los ideales que las sustentaban se desvanecen?

 

Camila Ramírez Gajardo recurre a un conjunto de arquitecturas conmemorativas dispersas en la geografía de la ex-Yugoslavia para abordar este interrogante. Sostenidas por aire, incapaces de diferenciarse del castillo inflable de un parque de diversiones, estas estructuras que remiten a monumentos vinculados con la Segunda Guerra Mundial, erigidos por el gobernante de un país que ya no existe, señalan la fragilidad de ciertas nociones aparentemente sólidas, como las de historia, identidad, ideología y nación. 

 

Alrededor de los monolitos hinchados, una serie de imágenes desteñidas por la acción de la luz solar traduce literalmente el debilitamiento de los objetos a los que aquellos hacen referencia. De manera contradictoria, estas imágenes invierten la lógica temporal que tendría que caracterizar a los monumentos y su emplazamiento: mientras los primeros deberían ser inmutables, y este último, contingente, las estampas nos muestran unas formas palidecidas por el paso del tiempo en medio de un entorno inalterado.

 

Como en muchas de sus obras, Camila Ramírez Gajardo reflexiona aquí sobre la deriva de los ideales socialistas que signaron territorios, imaginarios y utopías, en un momento específico de la historia de nuestra civilización. No es casual que estas arquitecturas pertenezcan a las décadas de 1960 y 1970; sus resonancias en el continente americano – y en Chile en particular – son inevitables. Y aunque la artista se encuentra alejada generacionalmente de esas marcas cronológicas, su influjo sobre la juventud y la contemporaneidad no parece agotarse. 

 

Pero Ramírez Gajardo sortea esas determinaciones con ironía y humor. Entre la sobredimensión de las esculturas infladas y los vestigios espectrales de los papeles intervenidos, su trabajo nos invita a vivenciar el destino de esas solideces que, como decía Karl Marx, se desvanecen en el aire.

*Este texto fue escrito en el contexto de la exposición individual Alzada y Caída (2015), MAC Quinta Normal.

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